sábado, 9 de agosto de 2014

Primer asalto.



Sábado ya. Segundo día en Estados Unidos, y adaptándome poco a poco a lo que se viene encima. Ya tengo la cama montada (no os hacéis una idea de lo útil que resulta el tacón de un zapato, por cierto), y la maleta deshecha. He comprado lo que a priori era más urgente, y hasta he jugado al tenis a 37 grados esta mañana. Justo ahora, mientras escribo, hay tormenta, y la primera sensación tras llegar al campus de la universidad es la de que nada ha cambiado desde noviembre, que salí de aquí por última vez. A priori, todo sigue igual.

Pero empecemos por el principio, otra vez. Salí de Barajas con destino a Nueva York con un retraso de aproximadamente 2 horas. Como las noches anteriores no dormí mucho, lo cierto es que la mayor parte del vuelo la pasé pegando cabezadas en el asiento A de la fila 38. Llegué al JFK, y una vez pasados todos los trámites necesarios para entrar en el país, me dirigí a depositar mi maleta al mostrador de Delta Airlines para continuar hacia mi vuelo de conexión, con la mala (o finalmente buena) suerte de que debido al retraso del vuelo anterior, perdí este. Así pues, me reubicaron en el siguiente vuelo a Atlanta, que salía 2 horas más tarde.

Tras dar unas vueltas por el JFK buscando wifi, encontré un lugar en el que conectarme, esencialmente para decirle a mi madre que no sólo estaba vivo, sino que además estaba bien y contento. Un poco más tarde, al llegar a la puerta de embarque llegó mi sorpresa: me habían reubicado en primera clase. Así pues, volé desde Nueva York hasta Atlanta bañándome en todos los gintónics que fui capaz de beberme antes de caer súbitamente derrotado por el sueño. Llegué a Atlanta a tiempo para coger mi tercer vuelo de conexión, el que me llevaría a Birmingham, que por cierto volvió a salir con retraso. Y lo cierto es que lo único que recuerdo es embarcar y desembarcar, porque caí rendido otra vez y no me enteré ni del despegue ni del aterrizaje.

Una vez en Birmingham fui directo al hotel donde pasaría la primera noche, y tras llegar a la habitación comenzó mi primer reto del viaje: llamar a recepción por teléfono y pedirle la clave del wifi a la recepcionista para contarle al mundo que, no sólo había llegado, sino que lo había hecho bien.

A la mañana siguiente, y tras dormir en una cama en la que bien se podría haber jugado la final de la Champions League del año pasado, emprendí mi ruta hasta Tuscaloosa de la mano de mi maestro y mentor (al que nunca estaré lo suficientemente agradecido por todo lo que hace por mí, por cierto), quien me llevó a recoger las llaves de mi nueva casa y a hacer las compras pertinentes a Walmart.

Después de todo ello me puse manos a la obra, en plan Tim “herramientas” Taylor, dejé mi cama montada a base de zapatazos, y coloqué una a una cada camisa en el armario ordenándolas por tipo de puño en primer lugar, y por tipo de estampado en segundo. Tras toda esta parafernalia estuve haciendo verdaderos esfuerzos por adaptarme al horario norteamericano y no me dormí la siesta en ningún momento… hasta que a las 7:30 de la tarde me quedé dormido hasta hoy. 

Y a grandes rasgos, así fue como transcurrieron mi viaje, y mi primer día en Alabama. Veremos a ver a partir de ahora qué me depara mi estancia por aquí…

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