lunes, 13 de octubre de 2014

Como el turrón.

Allá por finales de julio, principios de agosto, entre maletas que nunca terminaban de hacerse y despedidas eternas, cavilábamos yo y quienes me rodeaban entre ginebritas del Villanueva sobre cómo hacer para regresar a casa por Navidad. Sabíamos que la universidad me pagaría lo suficiente para sobrevivir, pero no tanto como para ahorrar el dinero necesario para comprar un billete de avión a España que se nos antojaba, todo sea dicho, bastante más caro de lo que realmente es en realidad. 

Entre las múltiples posibilidades que barajamos en aquellas noches no se encontró en ningún momento ponernos un panti al día siguiente en la cabeza y entrar al banco a solicitar con amabilidad un préstamo de esos que no se devuelven jamás, lo cual habría sido a todas luces la mejor opción. Sin embargo, y pese a que la idea del panti para mí siempre será una opción, lo cierto es que sí sonaron otro tipo de opciones un poco más tangibles. Sin tener que pasar una temporada en Soto del Real, quiero decir. 

Aunque ya no recuerdo muy bien todas las propuestas que realizamos –sospecho  que más por el tiempo transcurrido que por la ginebra, todo sea dicho-, recuerdo que hubo quienes se mostraron dispuestos a financiar de forma desinteresada una parte de mi billete con tal de emborracharse conmigo el día 24 de diciembre por la mañana. De hecho, a día de hoy, hay quien todavía me pregunta si necesito que me eche una mano a volver a casa por Navidad con tal de poderme ver. Ya veis, no puedo quejarme de la gente que me rodea.

En uno de aquellos momentos de lucidez, si es que se puede llamar así, a alguien se le ocurrió buscar una empresa patrocinadora que estuviese dispuesta a financiar mi retorno a condición de poder grabar la cara de sorpresa-alegría de mis seres queridos al verme entrar por la puerta de mi casa de forma inesperada para utilizarlo como campaña de publicidad. La locura llegó a tal punto, que incluso a mí mismo se me ocurrió la idea de auto editar un libro reuniendo todos los montonesdepapeles montando un crowfunding y vender dicho libro con opciones varias como manuscritos, ediciones dedicadas, títulos de agradecimiento y vaya usted a saber qué más. Ni que decir que lo que entre ginebras parecía la idea del siglo, duró entre mis opciones lo que tardaron en desaparecer los efectos que el líquido elemento transparente mezclando con tónica produce.

El caso, es que al final ha resultado que el dinero que me paga la universidad da de sí un poco más de lo esperado, y que ello, unido al pago de una minuta que generé como abogado hace ya un par de años –con la que ya no contaba, dicho sea de paso-, y a la colaboración de alguien que tiene verdaderas ganas de verme, parece que va a hacer posible que allá por diciembre haga las maletas y ponga rumbo a España durante aproximadamente un mes. Tiempo suficiente para recargar las baterías hasta mayo, que volveré a hacer escala en el país que me vio nacer.

No soy un gran fan de la Navidad, la verdad. Diría que El Grinch a mi lado es Papá Noel, de hecho. Pero por primera vez en muchos años quiero que llegue. Porque por primera vez en muchos años, la Navidad cobra sentido para mí. Volver a mi casa (sea cual sea esta vez), pasar tiempo con mi familia, reencontrarme con mis amigos, volver a los bares de siempre, o simplemente recuperar la precisión de las palabras. Pequeños detalles que no se aprecian bien al microscopio, que necesitan ser vistos con un poco más de perspectiva. Y esa perspectiva sólo la da la distancia.

Alabama, no sólo me está proporcionando la mejor experiencia de mi vida a todos los niveles, sino que además me está ayudando a diferenciar las cosas importantes de aquellas que son superfluas. Y eso, de alguna forma también es literatura.

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